sábado, 28 de mayo de 2011

Fedra

Después se casaron. Una excusa solamente, puesto que pensaban seguir juntos sin importar las formalidades de ley. La piel de uno parecía armada a la media del otro. No necesitaban reconocerse en los besos porque allí se tenían: donde ella terminaba la caricia, él comenzaba a extrañarla. Y así todo el tiempo.

Un camino de hojas secas desborda el parabrisas. Ella reclina la nuca en el hombro de él y se adormece escuchando música, hablando del color dorado de la hora, calculando la llegada.

Él conduce sin distracciones. Tan protector como en Grecia cuando coincidieron en la visita al teatro de Epidauro y terminaron hablando de la vida sentados en la escalinata. Ella, soltera; él cansado de la soledad.

Entran al parque donde los recibe una Afrodita de piedra. La sombra encima del aire. Ella se inquieta brevemente. Ni siente el tiritón, pero el vacío del mar donde caerá, está allí.

No ha saludado al extraño que los espera en la puerta de la casa, pero ya su amor ha comenzado a variar, a ser otro. Aunque crea lo contrario y se aferre al esposo que todavía quiere sin fisuras.

-¿Es ese?-murmura la mujer.

-Si, mi amor. Ese es Hipólito. Mi hijo.- La besa y agrega:-Espero se conozcan y lleguen a quererse.

2 comentarios:

  1. No, no. El amor es siempre una tragedia griega.

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  2. ups! confirmado: el amor ideal no existe...
    Alguna vez podre resignarme a ello?????
    saludos y felicitaciones por escribir.
    Es un oficio de una gran valentia...

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