viernes, 30 de abril de 2010

La cita


Buenas noches. Sí, pase, la esperaba. Sabía que vendría a esta hora. ¿Tuvo un buen viaje? ¿El tiempo ayudó o la tormenta que pasó le complicó el arribo, la localización de mi casa? En fin… ¿la ayudo con su tapado? Sí, tome asiento; allí, junto al fuego estaremos mejor. ¿Sabe? Estos días fríos dificultan la conversación entre amigos. Si recuerda verá que nos conocemos desde la época de los columpios y el juego tras la merienda. Una bicicleta, sus trenzas y moños, la brisa…¡qué hermosa época! Desde allí nos sabemos. A veces extiendo las manos para retenerla, los sueños, esos canallas que me acercan a usted, la hacen aparecer delante mío pero la realidad vuelve y usted se ha ido, una neblina con su perfume, una mueca de su voz que los años fueron agrediendo hasta hoy en que la escucho hablar, reír, y la voz vuelve grabándose para otra espera. Le soy sincero: no puedo creer que esté conmigo, que sea esa chica hermosa y blanca que contaba historias de fantasmas a sus muñecas y armaba rompecabezas en el comedor. Verla hoy y verla en esos días es comparar dos ausencias, dos “usted” tan distintas y parecidas que se confunden. Verla de nuevo señora es saberla completamente imposible para mi angustioso rescate, es dar por concluida, fatalmente, mi necesidad de usted. No lo tome a mal mi querida, pero de pronto se me hizo una extraña, algo que molesta sin querer, como una marca en un espejo, como el doblez equivocado en un papel. Sencillamente usted no es a la que espero. No es ya esa muchacha que se fue un día para ser amada por otro, para no escribirme más, para procrear hijos de un amor verdadero, lejos de mi peligroso amor de muchacho. Ahora que los dos peinamos canas, que hablamos lento y estamos más apegados a las formas que antes odiábamos porque nos dan seguridad y nos distancian la muerte, ahora, digo, que somos dos viejos, siento a esa muchacha que amé tan perdida en usted, tan imperceptible. Lamento defraudarla, lamento dejarla ir así, pero yo tampoco soy ese muchacho que la amó muchas veces en silencio mientras la veía crecer, hacerse hermosa y total en brazos de otro. Le pido algo. Al partir, cuando terminemos de hablar y de contarnos la vida que nunca tuvimos, quiero que me deje tras un beso, una copia de esa sonrisa tierna, primera, de ojos muy abiertos y seguros, que me regaló el día en que nos casamos, el día en que me creyó capaz de hacerla feliz.

1 comentario:

  1. Excelente! Te revuelve los sutiles hilos que nos habitan. te quiero Miguel.

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