lunes, 31 de mayo de 2010

Música


No se puede decir que la música sea nuestra. Está ahí, para ser dicha en el silencio. Paisajes con árboles y lágrimas ruedan a través de ella. Una roca, el mar, los signos perennes del olvido. Hay en ella la luz, la materia del brillo, el goce de la sangre en la siesta de un fauno. Es una batalla por sacar del silencio lo que tiene de vivo. Un giro y otro. Aparecen cielos y utopías, profundidades de olas y sabores intensos, abedules y magnolias, precipicios de sal donde duermen sirenas y señores que lloran hijas perdidas. Sutilezas y desvíos, hombres sin hombres y personas dispuestas a la muerte. Frutos y pianos y momentos que sepultan a otros momentos.
Y ella no nos pertenece.

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