lunes, 28 de junio de 2010

Soñar a Marilyn


Soñó con ella:
Indescifrable, imprescindible, como un vaso de agua, como las lluvias. Era, como la forma más cierta de la inocencia, como un ala de pájaro, como el vellón de ese ala, como un mar de acerado lustre en la tarde. Como ella, era así tan ella. Como esa parte pacífica del grito, como la luz, como un extremo cargado de la nada. Era cierta, espesa, pulcra, pura, única salud en el aire que traía, única fuerza en las fuerzas orientadoras y ordenadoras de todo lo vivido hasta ella, durante años, hasta donde ella era. Concreta, precisa, masa firme desde donde contemplar las nubes, exacta medida de cualquier movimiento, de cualquier ansia, de cualquier impresión humana, de cualquier labor, de cualquier altura. Ella. Nada más una forma y sin embargo ella en contra de todos los hombres, siendo sin miedo, sin peligro, sin cadencia, sin herida, sin tregua, sin copia, sin aullido, sin opacidad, sin merma, sin engaño, sin viento, sin coraje, sin destellos, sin presentimientos malos, sin omegas, sin ruidos, sin letargo. Siendo así, ella, sin permiso de nadie, con palabras pequeñas, con vestidos de seda roja y brazaletes de piedras en las muñecas, con la boca y los labios, con los brazos forrados de piel tercamente suave, con los ojos claros, con los huesos quietos, parados en relieve con el aire, con los pies descalzos o calzados en zapatitos con flores de raso y hebillas de oro en el empeine. Con sus dedos y sus uñas, con su lengua y sus dientes dispuestos encima de unas encías parejas y rosadas. Con su voz y su hambre y su carencia de rencor y su constante blandura en el andar y su modo de rozar las hojas y su silencio de decir que no, que no era esa, que era otra a pesar de los parecidos, de las igualdades, de las equivalencias, de los preámbulos, de los lados, de los vértices, de los rincones, de los lugares donde pareció otra y era ella, seguía siendo ella y dijo “no”. “No”, antes que toda urgencia, que todo apuro, que todo coraje, que todo impulso, que todo ímpetu, que toda marcha, que todo avance, que todo acercamiento, que todo abrazo, que todo lugar del cuerpo transitable, accesible, desbordable de pública palpación, tocamiento, caricia, beso, alarido, golpe. Así “no” de todo y para todo lo presupuesto. Cerradamente, discretamente, impunemente, decir “no” en tanto que las manos buscaban a las manos y esa forma de romper, de abrir, de forzar, esa forma de chocar con la tela, con los botones, con los ojales, con las costuras, con las hilachas, con las tramas, con los entretejidos, con el algodón, con el nylon, con la tafeta, con la puntilla, con el elástico, con la seda, con la piel, con el vello, con la carne, con la espesura del pudor, con la espesura del pelo rizado, con la espesura del agua, con la espesura entre las piernas. Frotar en el “no” de ella tan quieto de su boca, tan haciéndose gesto en el gesto, tan boca para decir “no” cuando el no es revocable, removible, destructible por la fuerza, por el apoyo de una pierna encima de las piernas y un beso en el hombro. Pero después, más tarde, luego, en pocos momentos, tras eso, cuando el “no” ya no era, vino ese “sí” complejo, que no la hizo menos ella pero que le dio una inocencia escasa de brillo, ausente de forma, sedienta de ironía. Vino un “sí” despiadado, de risa entrecortada. De disolver un vínculo, de terminar una etapa, de cortar un hilo, de deshojar un verano, de sofocar un encuentro, de desprender un silencio, de retirar un río, de frenar un tramo, de agotar un pozo, de socavar un deseo, de espantar un sueño, de decapitar un vicio, de ocultar un sol, de soñar una luna, de negar un paraíso, de acallar a nadie. Vino y fue ella encima de las sílabas, en la cama o en la pared del dormitorio, mientras los dedos escalaban la base de su cintura, de su relajación, de sus pensamientos. Vino y ella era ella sin embargo, a pesar del balbuceo, de la riña, de la agresión que sigue al abandono, al desamparo al dejarse estar así, cuando el orgasmo es una prontitud de semen bajando de un tajo entre las piernas, resbalando por la pulcra superficie del pubis, haciéndose cenizas encima del encaje y de los ligueros, ensuciando una falda levantada tras el apretón y la sacudida y la acción de roer la hermosura hasta transformarla, convertirla, hacerla, rehacerla, reintentarla, rearmarla en ese instante quieto del jadeo. Después llegó el “sí” y fue un “no” disfrazado. Un “no” camuflado de afirmación, una imposibilidad hecha posible, una firmeza liviana, una ella menos ella, una mujer menos hembra, una hembra menos mina, una mina menos potra, una potra menos miedo, un miedo más despacio en el esfuerzo de ser, simplemente, tras el acto. Era ella con su mano colgando de las sábanas, sujetando el tubo de un teléfono. Lastimada la cabeza de pastillas, de soledad, de desamor de utilería. Marilyn, hasta abajo, hasta la iliquidez misma de su silencio. Era ella. Para siempre.
Había soñado.

2 comentarios:

  1. Qué bello texto y qué hermosa Marilyn y qué fin cargado de soledad y desamor. Creo que el beibolista fue el único que la quiso en serio.

    Saludos.

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  2. Bello texto, muy bello, intenso y poético. Un placer pasar por acá, que más que por devolución lo fue por curiosidad, a la cual agradezco porque realmente tu escritura me ha gustado mucho. Te linkeo. Un abrazo y nos estamos leyendo.

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