martes, 3 de agosto de 2010

Aproximaciones a “En pedazos”


Caótico para mis lecturas como lo fui siempre y lo seguiré siendo, aproveché el fin de semana para terminar textos demorados en mi mesa de luz, no porque fueran malos sino porque carezco del tiempo suficiente para leerlos tranquilo. Me gusta que mi mesa de luz sea un lugar de encuentro entre escritores. Estas “reuniones” no son casuales sino que uno, al planear lecturas, traza, sin querer, un hilo conductor aparentemente azaroso, que convoca autores dispares. No quiero mentir, pero en mi mesa de luz han convivido Camus con Kundera, Vargas Llosa con Solzhenitsyn o John Irving con Colette. Esta vez estaban Haroldo Conti con sus relatos completos y Gustavo Boschetti con el libro “En pedazos”. Los cuentos de Boschetti tienen algo que los conecta con los cuentos de Haroldo Conti. Esa evocación aparentemente sencilla, esa melancolía invasora, ese afán por reconstruir acontecimientos anónimos, sin ambición de trascendencia, van conformando una extraña cosmogonía del mundo en ambos autores.
Boschetti desarrolla sus historias con un pulso narrativo admirable. Cuesta abandonar la lectura. Cada cuento, perfecto y cerrado en su estructura, posee algo que parece estar mal visto en literatura: tienen “gancho”, atrapan, invitan a seguir hasta el final del libro. Un lenguaje depurado, un delicado equilibrio entre la reflexión personal y la narración hacen que, una vez terminado el libro, se quiera leer más de Boschetti.
Todas sus historias merecerían una mención detallada: desde la que protagoniza Roncatti, ese hombre que decide matarse tirándose del Empire State, pasando por la del hijo que, en “Cirugía”, recuerda una compleja relación con su padre, o la triste historia de Ingrid, esa prostituta nostálgica del puerto de Rosario, hasta los brevísimos “El cepo”, “Los gusanos y la herida” o “La boa”. Pero hay un relato que me emocionó especialmente. Se titula “Pequeña ala” y es la historia de un sueño. Ese chico que, con verdadera desesperanza anhela llegar a tocar la guitarra como Vaughan, un músico perdido en los arenales de la historia musical norteamericana que fue también ídolo del narrador del texto. Los deseos del muchacho chocan con los proyectos de una madre despótica que quiere hacer de su hijo un abogado de prestigio como ella. Finalmente el protagonista logra tocar en un bar y Boschetti relata ese pequeño triunfo de una forma noble, con una delicadeza y una elegancia inolvidables. Los que escribimos, los que nos embarcamos en este sueño de ser creadores, de hacer lo diferente por el placer mismo de hacerlo, hemos pasado más de una vez por la situación del protagonista. Ese desaliento adolescente ante la sordera de un mundo hostil, esa actitud final ante todos los actos de su arte, en fin, ese camino siempre bordeando precipicios del talento inmaduro que asume gestos totales para acreditar y acreditarse una identidad artística, son capturados por Boschetti de una manera impecable.
“En pedazos” tiene la dulzura brutal del desengaño, la aspereza irreverente de las iniciaciones. Los cuentos componen el dolor de la primera herida y el deseo perpetuo de volver a sentir la inocencia.

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