lunes, 20 de septiembre de 2010
Querida Eugenia Grandet
Me gusta releer a los clásicos. Cuando la literatura se vuelve hostil, uno encuentra refugio en esos textos que no envejecen, que, vueltos a transitar, se convierten en flamantes historias actuales.
Eugenia Grandet de Balzac es un libro que siempre me despertó sensaciones contrapuestas. Cuando tenía diecisiete años y lo leí por primera vez, sentí el dolor de la mujer traicionada por el amante, un primo hermoso que la enamora de la forma más cruel que puede tener un hombre para enamorar a una mujer: en el pedido de consuelo. La tristeza de Eugenia era la esencia de la obra, como un grito resonando en mitad de la incomunicación del mundo.
Esta semana leí de nuevo la novela y, curiosamente, no es la misma Eugenia a la que encuentro. Para mí, esta que termino de leer es la tragedia del dinero. En el mundo avaro y mezquino en el que le tocó vivir al mismo Balzac, donde el oro era el peso del hombre (un mundo no tan distinto al de ahora) el amor era la contracara, la fragilidad que no debía sentirse. Enamorarse era caer en la ruina social. Darle la espalda al destino implacable del dinero, es, en esta obra, tan vergonzante como negar el nombre y el origen. Veo que la relación entre Eugenia y Carlos compone una historia de resurrecciones. En ella asistimos a la caída de la protagonista en el fango del amor. Eugenia se enamora de Carlos, de su fragilidad femenina, del niño que deja de ser el muchacho al enterarse del suicidio de su padre. Será un amor oscuro, cargado de silencios que luego se hacen públicos; un amor entre luises de oro que se juntan para ser mirados, por el placer mismo del acopio. La lucha interna de Eugenia está entre abandonar ese ideal romántico que se ha forjado a partir de un imposible, o caer en las ruindades del materialismo. Para salvar ese amor, luchará durante gran parte de la novela contra su padre y contra las ambiciones de las dos familias más prósperas que se la disputan como esposa. Finalmente el mismo Carlos, el enamorado que partió para triunfar, destruye la relación cuando regresa de las Indias rico y ambicioso. En su afán de trepar socialmente decide casarse con una fea heredera de notable apellido y dejar el cariño sincero de Eugenia.
Balzac, desde su inteligencia descarnada para crear tipos humanos, plasma la inversión de los valores y la pinta tan exquisitamente que los mismos lectores pensamos, en un momento, que la errada es la heroína, que esa postura inmadura, frágil de la adolescencia, le sienta ridícula, la vuelve un ser risible. Dan ganas de decirle:”pero sos rica Eugenia, buscá a otro, entrá en el mundo del dinero de una vez y enterate de sus manejos. Los besos largos y los retratos guardados bajo llave ya no sirven. Ahora es esto, son las relaciones, los contactos, las uniones por plata”.
Después, pensando en esta carrera de escritor, tan ardua, donde dar a conocer lo que hacemos es por momentos una aventura quimérica y por otro un abuso de la propia confianza, me reconozco en Eugenia Grandet. No me resigno al manejo de las relaciones interesadas, al frufrú de los contactos y del amiguismo, a la brillantina del mercantilismo literario. Como Eugenia Grandet, yo también espero a ese lector que se acerca a mis textos sinceramente, a palma abierta, sin conocerme, sin haber oído de mí, por el sólo hecho de disfrutar lo que digo, de sentir que algo de lo que escribo lo representa. Esa actitud a contrapelo, ese pasar por la vida con los sentimientos a flor de piel y no anestesiado por los rigores de una sociedad tan mutable, es el drama de la protagonista y de tantos artistas. Conservamos, a modo de refugio, trozos de inocencia, objetos que nos recuerdan que lo puro, lo primigenio sigue vivo. Eugenia guarda celosamente un neceser con los retratos de sus suegros que le dejara Carlos a modo de tesoro; los escritores, nuestra obra, un manojo de papeles con sentido.
Al volver a ellos olvidamos que alguien, afuera, cuenta monedas doradas.
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Gracias por el reconocimiento. Siento lo mismo. Soy un ignoto absoluto del mundo literario, de sus transacciones, sus lugares infaltables, sus totems a adorar. Pero creo que me ha leído mucho más gente que muchos de ellos y sin necesidad de quedar bien. Me agradarían también tus comentarios, que serán certeros. Saludos.
ResponderEliminarAceptando tu invitación, te visito por primera vez, y encuentro un blog muy agradable y un buen hacer literario.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, a mí también me encanta leer los clásicos. Hay tanto que leer, que porque perder tiempo en algo que no sea aprovecharlo releyendo a los grandes. No quiere ello decir que no haya que leer lo nuevo, pero para regodearse en el placer de la lectura, nada como volver la vista hacia los grandes de la literatura. Siempre hay que aprender algo nuevo, y poder disfrutar de lo bien hecho.
Un abrazo.
Gracias perfecto, ojalá este sea un medio para seguir en contacto. Los clásicos son una bocanada de aire cuando uno ve todo del mismo color. abrazo
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