domingo, 26 de septiembre de 2010

Naty y Remy


Cuando era chico yo quería leer los libros que leían las mujeres de mi casa. Esas largas novelas que las mantenían atrapadas durante horas; historias sin fin que se extendían delante de sus ojos como parques desiertos. Quizás no eran grandes textos, folletines románticos o policiales de esos que se agotan “de un tirón”, pero para mí participar de la ceremonia de lectura, constituía mi anhelo más preciado. Conservo, como mejor estampa de mi adolescencia familiar, la imagen de mi tía y mi prima leyendo bajo la parra, cuando el aire cálido paseaba su modorra de verano y mi abuela tejía un perpetuo crochet de hilo blanco. En una de esas siestas, buscando revistas, dí con el libro de un autor francés. Le pregunté a mi prima de qué se trataba y ella, muy rigurosa mi dijo: “ese no es un libro para vos. Es la historia de una lesbiana”.
Al morir mi abuela, su biblioteca se repartió entre parientes y conocidos. El libro prohibido desapareció de mi vida, hasta que lo volví a encontrar en una librería de viejo en Rosario. Lo compré porque leerlo era una deuda pendiente. Como alguien que se encuentra con una persona a la que nunca le declaró su amor y al volver a verla, el “te amo”, callado durante años, surge imprudente, a destiempo, un exorcismo de valentía. Así llegó a mis manos este “Retrato de una seductora” de Jean Chalon.
Me pasa algo curioso con las biografías: se parecen tanto al exhibicionismo. Son tan snob. Eso de contar la propia vida o de ocuparse de la vida de otro, se me antoja descorrer un telón detrás del que se oculta un desnudo, pero que no es ni hombre ni mujer, sino un ser extraño, distinto, un Golem hecho de palabras.
Encontré algunas cosas interesantes y mucho de descartable en este retrato. Me di cuenta que no era una historia tan prohibida y censurable, sino, más bien, una alegría de contar el lesbianismo. Es un texto donde las mujeres desfilan desnudas ante otras que gozan contemplando cuerpos perfumados, camuflados en faldas largas y turbantes. Natalie Clifford Barney (1876-1972) fue una suerte de Safo de principios de siglo que fundó el “Templo de la Amistad”, un Salón Literario parisino al que concurrían muchas chicas y pocos hombres, amantes de las artes, la seducción dulce de los gestos, los poemas almibarados y la finura de la riqueza. Con postura clara y definida, en una sociedad que condenaba con rigores extremos cualquier sexualidad “distinta”, Naty supo hacerse un lugar de privilegio en el París cultural del 1900.
Entre todo lo que cuenta, la parte que rescato como interesante, es el relato que hace Chalon referido al encuentro y a la profunda relación que tuvo Natalie con Remy de Gourmont. Yo no sabía que Gourmont padecía una enfermedad terrible, lupus canceroso, que le daba un aspecto monstruoso a su cara. Vivía recluido en un altillo al que visitaban pocos y elegidos intelectuales, rodeado de libros y de sombras.
Natalie siente atracción por lo diferente o quizás por lo imposible. Es así que logra acercarse al escritor y entablan una amistad inolvidable que se quiebra porque Gourmont es viejo y no puede seguir a la joven en su vida desenfrenada y egoísta. Pero una noche, la Amazona, como se la conocía a Barney, lo pasa a buscar en auto y logra que den un paseo juntos. Yo imagino la felicidad plena que sintieron esos dos personajes, en París, hablando de la vida. Veo a Natalie, hermosa como una escultura de mármol, reclinada sobre el hombro de Gourmont, el deforme genio que murmura mirando el Sena:”Hay que matar muchos amores para llegar al amor”.
El libro de Chalon me llevó a pensar sobre las felicidades breves. Momentos imperceptibles que perduran. Un instante en que algo toca lo que debe ser tocado y el misterio tiene su respuesta. El libro que llega para ser leído, el paseo que se inicia cuando lo irrepetible lo reclama. Son instantes escamoteados al tiempo en que la realidad encuentra su justa marca: un hombre y un poema; un silencio y un auto. La perduración de un orden.
Y alguien que sabe recordarlo.

1 comentario:

  1. Qué texto, hombre, qué texto, y qué párrafos finales. Sin palabras, sería opacarlo. Una verdadera belleza. Abrazo.

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