lunes, 14 de febrero de 2011

Casados I


-Lo peor que tienen los casados es el apuro-musitó la mujer de brazos cruzados, mientras miraba la foto sobre de mesa de luz. Ella y Eduardo, de la mano, con el mar detrás, los ojos tan fijos en la cámara que parecían dibujados. Eran amantes desde hacia unos años, y una vez él le había hecho creer que dejaría a su mujer por ella. Recuerda que hasta lloraron juntos por la decisión de Eduardo, por fin, como un matrimonio, tan enamorados.
Esa mañana estaba melancólica. Una sensación inacabada, como si su cuerpo se fuera diluyendo en pena, le comía la memoria de las vacaciones compartidas y los besos dados. Siempre le pasaba: con cada cambio de estación, con cada renuncia del tiempo, se le caía la tristeza a golpes, a baldazos, hundiéndola en silencios largos, prolongaciones llenas de reveses. De pronto aparecía la foto y ella pensaba que los casados venían, regalaban una espalda desnuda, un abrazo fatal, caldoso, y partían. Porque los chicos, porque la esposa, porque ese día, justo ese, su suegra daba una cena para toda la familia y no podía quedarse, pero viste que vine, que me llamaste y estuve, vos sabés, sos mi amor secreto, a vos te quiero, pero hoy justo esa reunión. La casa se llenaba de sus olores, algún perfume de Eduardo, el cigarrillo encendido, la velocidad, el saco de paño sobre el cuello blanco.
Decidida levanta el tubo del teléfono. El día en que se sacaron esa foto pararon a un hombre que pasaba por la rambla de Mar del Plata. Pantalón bermudas rojo, actitud de simpático turista, lentes de sol. Tan anodino como muchos. ¿Por qué se acordaba de esas cosas cuando estaba así, tan ella en la habitación y el tubo en la mano?
-Siempre apurados.- repite mientras el sol se deposita como una mano sobre el portarretrato de madera y alguien del otro lado, contesta.
Ella duda un momento. Había conocido a Enrique en un curso. Se gustaron hablando de pavadas, se pasaron los teléfonos, igual a muchas veces. Y hoy, después de meses sin ver a Eduardo, había decidido usar esas armas.
-Estoy sola. ¿Querés venir Enrique?
La calma en la respuesta, el reposo del amante receptivo y cruel.
-No te preocupes, paso un rato y te hago compañía.
-Pero temprano.-dice ella. El hombre que les tomó esa foto tenía una gorra celeste, de lona. Demoró en pulsar el disparador de la cámara. -Es que viste… hoy tiene que llamar Eduardo…seguro llama hoy, ¿vos entendés Enrique?

2 comentarios:

  1. Muy bueno!! Si hay algo que no entiendo es a esos hombres que tienen dos (o más) parejas/familias, viviendo siempre al borde del desastre... qué los impulsa a hacer eso??

    Saludos!!

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  2. Magnifica descripción de los "apuros" de los casados... hay muchos matices en una relación pero él tuyo es tan real... tan cotidiano en el mundo del apuro...

    Gracias por esta excelente lectura

    Saludos y hasta pronto

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