sábado, 24 de septiembre de 2011

La dicha


Dicen que el amor le llegó de grande; que antes no lo quería porque estaba muy ocupada en ser ella misma, en reconocer su libertad en cada decisión, en cada artimaña.

El amor le vino con el vecino del segundo piso. Un señor solo, de buena presencia, que la conmovió contándole su viudez, su desapego por la vida, su miedo a no compartir recuerdos.

Tienen ya muchas mañanas amanecidas juntos. Se besan, se desprenden el uno del otro, se quitan de encima y se van a terminar, lejos de ellos, los quehaceres para los que fueron hechos. Ella enturbia hojas de expedientes con letra de máquina y él se atrinchera en un escritorio a reparar la economía de la gente feliz.

Dicen que el amor le llegó de grande; que él lo ha hecho fructificar, próspero, con cada visita al departamento del primer piso. Se ha propuesto, esmeradamente como quien se arma una dicha, entretener la libertad de su vecina con aquel seductor gesto de desesperanza que lo vuelve invulnerable.

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