sábado, 29 de octubre de 2011

La caja

No sabemos qué pasó con Méndez. Un día se metió en la caja y no quiso salir más. En la fábrica todos estábamos preocupados. ¡Cómo el gerente general de plásticos NICOR se iba a meter en una caja de cartón sin salir ni a respirar! Con este calor, la cabeza entre las piernas, el traje impecable hecho un bollo de sudor y polvo.

Pero Méndez se metió ahí y no hubo forma de sacarlo. Que no, que no, pataleaba y daba pena su actitud de criatura. Pero más lástima daba forzarlo a reconsiderar esa situación.

Así que bueno, terminamos por avisarle a la esposa. Ella vino, le habló largo rato a la caja, le dijo que era una locura, que cómo se iba a quedar ahí, que pensara en los hijos carajo, en la luz que alumbró por años, un matrimonio de seda.

Fue inútil. Ni eso, ni amenazarlo con el divorcio o con el despido. Nada.

-¿Y Méndez?

-En la caja.

Bastaba un gesto de convencimiento para no preguntar más por él, para dejarlo donde estaba, donde quería quedarse.

-Se sentirá mejor ahí.

-Capaz. Si no salió más…

La gente es injusta. Porque ahora que todos ascendieron se lo critica mucho. Ya sabemos: era medio hincha con la puntualidad; se perseguía mucho con la eficiencia y ese verso de poner la empresa a la vanguardia de los adelantos tecnológicos para potenciar su competitividad en un mercado descarnado y salvaje. Pero Méndez se portaba como un señor con sus empleados. Nadie se olvida de cuando se enfermó la hija del sereno. Fue Méndez quien le dio la plata para los gastos porque con el gremio de paro y la Obra Social cortada, la chica se moría. ¿Y cuando no nos querían pagar las horas extras? Él habló con los de la Junta y al rato cobramos, peso sobre peso, los meses que nos debían.

Buen tipo Méndez. Se merece lo mejor de nosotros.

Ayer estábamos pensando en mandar a hacerle una caja nueva. La que tiene está rajada en varios lugares. No sea cosa que se le rompa del todo y tengamos otro dolor de cabeza.

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