sábado, 5 de noviembre de 2011

La salud


El hombre que agrupaba números correctos en hojas blancas, un día lloró.

Dijeron que lo arreglarían; que nada de aquello se volvería a repetir; que invirtiendo un cable con otro, conexiones equívocas que alteran los sentidos, en fin, errores que la ciencia no puede evitar, se restablecería el orden.

Varios especialistas lo revisaron luego de la operación. Y cuando el enfermo abrió los ojos, todos dieron un suspiro que llenó de alivio a los testigos de aquel milagro. Ahí estaba de nuevo el hombre, queriendo contar cada rostro que se agregaba a su costado.

-Volverá a ser el de siempre.- aseguraron, tras limpiarle la herida.

Efectivamente. Pocos meses después, casi no quedaban secuelas del accidente. Las cifras volvieron a estar en sus jornadas de teléfonos y audiencias, de plazos y de agobiantes calendarios al borde del escritorio. Se diría que nunca enfermó, que su salud fue inquebrantable como un muro de piedra, que lo de las lágrimas se debió a un mal sueño o a un error de la medicina.

Las confusiones no volvieron a darse, salvo en alguna de esas mañanas lluviosas e íntimas, preparadas para hacer fallar hasta al más egoísta. En esos momentos sensibles, algo (las gotas sobre el cristal, el vuelo de algún pájaro) se cruzaba frente a los cálculos plasmados en el papel haciendo titubear al convaleciente. Entonces un líquido tibio le recorría las mejillas. Pero él lo secaba bruscamente sin dejar el trabajo.

Los médicos le dijeron que era normal; que con el tiempo esas crisis también se perderían.

1 comentario: