miércoles, 28 de abril de 2010

El cuerpo


Los hombres saben de este cuerpo. Saben de una piel parecida a los muelles de noche, a los faroles, a los pesqueros detenidos en mitad de la neblina. Los hombres han cubierto de sal este pecho agobiado de enredaderas. Han lamido la penumbra del resuello y la voluntad del daño. Tengo las palomas enmohecidas, los columpios aturdidos, las ventanas cerradas de par en par hasta las serpentinas de los carnavales olvidados. Este cuerpo regala por las calles sahumerios de dolor, dedos de dinero, rostros crucificados sobre camas fluorescentes, repetidas como la electricidad a la hora de las lunas, como los tambores a la hora del cadalso y de los pies en el aire.
Los hombres saben de este cuerpo. Saben de una saliva desollada, de unos dientes que mastican paredes amarillas, escombros de nácar, perlas de viejos orines que no quise conocer en cada boca. Vuelven a él como vuelven los barcos a las playas. Así, buscando arenas insaciables, con una sed permanente. Vuelven a él acariciando espejos, gotas de peces que boquean, musgos que braman las puertas y las espaldas.
Los hombres saben de este cuerpo. Saben también del pan que perdí bajo los árboles.

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