jueves, 29 de julio de 2010
La cerca
Me rodea un mundo de señales. Un brillo, el metal dulcificado por la sombra de una lámpara, el agua seca sobre sombreros de fieltro. Extiendo la mano y algo de cristal denuncia fragilidades, esquirlas, crujiente rajadura de flores azules en el líquido que las sobrevive. Estiro un pie y la planta sabe. Reconoce una suavidad de hebras acrílicas, pronunciada en la sordera de las baldosas. El aire, aquí, tiene un perfume vivo. Un mueble que es igual a un árbol caído, un nogal hecho mesa y reposo, sostén de comidas y silencios. Me cercan mujeres enfriadas en bronce, esmaltes dorados circundando medusas en platos pequeños. Una pelusa sobrevuela y cae en la tela amarilla que fue lana, que fue pelaje, que fue pradera o barro o campo sin ovejas. Zumba en el oído una metáfora de luz. Cuatro alas de mica y un cuerpo leve volviéndose giro y velocidad en altura. Una abeja sale de mi cerca. Tiene apuro por llegar a su muerte.
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