viernes, 20 de agosto de 2010
París
Paris. Enero 2009. El frío apura a la gente que anda por la plaza de la Concordia. El Sena gris y luces a los costados. Un mundo viejo por cada paloma helada, un sucio y húmedo nocturno para las farolas que se encienden. No sé qué hacer con las manos. Tengo los ojos tan llenos de ese día que los dedos en los bolsillos buscan una tibieza imposible. ¿Se puede ser dichoso en medio de esa bruma? ¿Se puede uno enamorar con toda la soledad y el invierno encima? Amé esos pasos por calles de piedra. Fui feliz con al mujer del sombrero frente al esparte de ropa infantil. O en la puerta de ese hotel lleno de luces, derecho a la Magdalena. La aventura incesante de viajar. Un parque y una visita breve a Notre Dame para soñar su oscuridad de vitrales. París. Alguien asa castañas en la calle. Una mujer sube a un coche apurada y de negro. Pere Lachesse tiene más cuervos que de costumbre y las putas de Le Pigalle suman quinientos años. Invierno solo. Y la luz.
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Plasmada esa soledad que, de tan sola, está escondida entre las calles de París. Bello texto.
ResponderEliminarNo puedo acompañarlo porque estuve en julio del 2009 y su verdor exhultante, como sus largos días y sus cafés abiertos hasta madrugada me hicieron vivir otra cosa, una sensación de compañia permanente, de fraternidad...pero qué ciudad Paris, por favor, qué energía que tiene. Saludos.
Aahh, París, París... Por qué siempre es linda París?
ResponderEliminarAbrazo!
Qué crónica extraordinaria. Cómo no relacionar un texto tan bello con la imagen de Cortázar, fumando y pariendo cronopios en medio de esa misma bruma? Hermosa postal, amigo Gavilán. Un abrazo
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