viernes, 24 de diciembre de 2010

Coincidencias


-Somos dos extraños- dijo uno mientras se besaban.
Cada vez era más difícil encontrar lugares puros. Esos rincones donde ser ellos ciertamente, donde no deberle nada al otro. Si hubieran hablado, un instante, de cuestiones que no tuvieran nada que ver con ese abismo del apuro, habrían coincidido en que a los dos les gustaba la música de cuerdas, el olor de los naranjos, el calor del fuego. Si la risa los hubiera cruzado, sabrían que el primer verso de un poema de Rilke era el favorito de uno de ellos, mientras que el otro prefería el último, el que cierra el orden. Sólo bastaba hablarse, como amigos, sentarse a escribir una carta en un banco para saber que uno de ellos usaba la palabra “pena” más veces que el otro, que prefería decir “tristeza”.
En fin, si hubieran evocado un pasado cercano, no neblinoso sino constante y cierto, entenderían porqué los dos tuvieron caballos de madera de chicos, porqué quisieron ser magos en algún momento de la infancia, porqué admiraban las bengalas y el olor del año nuevo.
Pero mientras se besaban en ese rincón del boliche, donde las luces no golpean y la oscuridad organiza un recato sorpresivo, de prepo, por las dudas, no había tiempo para charlas.
-Somos dos extraños, tenés razón.-Respondió el otro.


¡Feliz navidad para todos!

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