Ella dibuja barcos en el papel de su escritorio. Les pone velas rojas y los enfrenta a un mar sereno. Al inclinar la cabeza sobre la lámina, su pelo se pierde en el agua, entre mástiles y poleas. Y ya navega lápices y restos de tinta. Un día cualquiera; un océano sin sol. Está en el silencio de su dibujo y es parte de la brisa, del aire recobrado.
Cuando siente el llamado de su madre a comer, se friega los ojos y mira lo que ha hecho. Después se seca la espuma de la frente con la punta salada de los dedos.
Todo es real cuando somos niños.
ResponderEliminarMuy bueno!!!
Saludos!
me ha gustado mucho! Es muy así la mágica realidad de la infancia. Saludos.
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