¿Qué más pedirle a la vida? se preguntó. Si tanto amor deseado, no era. Si cada minuto pesaba en el pecho como un nido de avispas. Nadie esperando su primer detalle en la mañana; sus manos palpando otra carne. ¿Qué más desear? Si era una bandada de patos en un anochecer rojo y ciego, una levedad de tormenta y nadie sosteniendo el regalo de las gotas sobre su cabeza. Se preguntó ¿qué hundir entre las manos para sentirlas llenas?
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