domingo, 8 de mayo de 2011

La vejez


No sabe cuándo comenzó esa inquietud, ese arrepentimiento. El aire se disuelve en el corazón lo mismo que un trozo de hielo. En la intimidad, llora y no se alivia. Pero no es cuestión de llanto, no. Es más bien una cadencia, una imposición a largar, hasta el fin, tanta primavera.

La profesora ingresa al aula y el alumno está ahí, junto a la chica que dice ser la novia. Se abrazan. Él busca la oreja de la muchacha para besársela glotonamente. En esos días tiene los ojos pícaros de los adolescentes. Rulos cortos sobre una piel que al tacto debe ser suave y elástica.

Los novios se ríen sin hacer ruido ni bien la mujer comienza a dar la clase. Lo conocido se ubica en el sitio predispuesto para eso: sobre el escritorio, una pila de libros y carpetas, las tizas al costado del borrador que deja su huella blanca sobre la fórmica.

Dicta el cuestionario, recorre al grupo con la vista y corrobora que escriban. El alumno levanta la cabeza del cuaderno y deja ver un lunar en la barbilla, el vello que pugna por brotar, la sombra de un bigote mal afeitado. De vez en vez le pasa la mano por la pierna a la compañera para que no lo olvide.

De nuevo la inquietud. Ahí, donde arde todo el verdor del parque que puede ver desde la ventana. Podría doblarse, contraer ese corazón que duele desde el fondo de la pena. Podría morir por ese anhelo, sin precisar su nombre. Sólo con sentirlo.

Un chico comenta que en el último viaje a la luna, las cámaras de las computadoras no se congelaron a pesar de haber caído la temperatura de 130 º a -50º. Otro inventa un juego, o una historia, o un insulto que no entiende. Una alumna señala el pizarrón y anuncia la cercanía del recreo.

Piensa: "son tan jóvenes y frágiles para este mundo”

Un sol de viernes enciende las tapas sucias de los bancos y esa sensación invasora se extiende a sus actos: pereza para corregir, lentitud en las imágenes que percibe, olvido radiante.

“¿Por qué serán tan hermoso?”, murmura entre dientes.

Los ve crecer de lejos, sin tener el mando, sin poder gobernar esas vidas como si fueran suya. No tiene pertenencia ni dominio. Salvo la vaguedad de los saberes, la rutina de dictar y corregir en cada uno de ellos, una misma ignorancia.

Toca el timbre y aún su sensación de ahogo no ha terminado. El chico pone la hoja con los ejercicios resueltos encima de sus carpetas. Usa el desprecio habitual, de quien deja a una mujer enamorada en un aula vacía.

“La vejez es despiadada”, se dice justificándolo.

2 comentarios:

  1. Creo que fue Blackie quien dijo que uno se vuelve viejo cuando te empiezan a resultar extraños los jóvenes.

    Saludos!!

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